
Hablo un rato. Subo el volumen. Busco el significado de algo que no entiendo. Me levanto; le doy un beso. Voy al baño. Vuelvo a sentarme.
- ¿En qué piensas?
- En la constancia
- ¿Qué le pasa a la constancia?
- Que no es lo mío.
Abro una piruleta. Leo a alguien a quién no conozco. Me estremecen sus letras. Ya lo he vivido. La miro y le sonrío. Me devuelve el gesto.
- ¿En qué piensas?
- En la prisa.
- ¿Qué le pasa a la prisa?
- Que todo lo hago con ella.
Mastico la piruleta. Termino el dibujo.
Hora de cenar.
Me acuerdo que a veces me gustaba ir caminando por la calle en Buenos Aires y pensar que era una ciudad desconocida, que todo era nuevo y eterno. Que la cafetería a la que iba todas las semanas a tomar café, leer y fumar era diferente a la semana anterior; y siempre me pasaba lo mismo, que terminaba mirando más hacia afuera, por las ventanas gigantes que tienen las cafeterías de Buenos Aires, que hacia mi libro y mi café (que naturalmente siempre acababa frío). Y creo que lo hacía porque así nunca se convertía en rutina, siempre lo que había fuera era diferente, lluvia y una mujer a la que se le volaba el paraguas, niños corriendo, mucha mucha gente pasando, y si... siempre eran distintos, porque es lo que tienen las ciudades grandes, que es difícil encontrarte con las mismas caras que viste ayer o la semana pasada.
ResponderEliminarTu ciudad es así, es como esa cafetería, un lugar perfecto para perderse y oler el bullicio de las cocinas y las gentes.
Me encanta.
Todo
eleeee esas niñas bonitas escribiendo cosas presiosasss
ResponderEliminar